sábado, 18 de febrero de 2012

EL PUGIL DE LAS BARBAS BLANCAS

Como ya muchos de ustedes conocen y suponen, mi mayor esfuerzo como profesional y como persona va dirigido a los más desprotegidos, a los que por alguna razón transitan por el tormentoso declive de la salud metal. Pero además de esto va dirigido a aquellos que sus vidas han sido minimizadas por lo que yo llamo la "indolencia". Véase el artículo de mi blog "Sentencia de muerte". 

Así pues utilizo todos los recursos que me sean posibles para perfeccionar la conciencia del ser humano y desterrar de nuestras experiencias de vida la terrible "indolencia".

Es por eso que hoy quiero ofrecerles una vez más un pequeño escrito por alguien que se niega a perder su conciencia, pero sobre todo que no deja nunca de denunciar como la indolencia nos deshumaniza. 

A continuación les presento el artículo escrito por el sacerdote católico Alfonso Maldonado.

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Un  hombre de barbas blancas hace maromas con su cuerda saltando a la sombra de cualquier semáforo. En unos tres años que lo llevo viéndolo ha perdido algo de agilidad.

Su edad no es tanta, si por ella nos referimos a los años. Pero pesa lo suficiente sobre los talones como para hacer los malabares que hace de probada disciplina. No improvisa. Es un veterano. No muestra ni dagas o fuego, o acrobacias sensacionalistas. Simplemente alguien de más de 55 años rebotando sobre el pavimento mientras hace desaparecer la cuerda que instantes anteriores había exhibido.

La mínima atención del espectador descubre al púgil escondido en la venerable figura. “¿Ud. como que le metió al boxeo?”, le dije en cierta ocasión. Y la sonrisa de quien es reconocido se asoma de entre la piel cuarteada apartando las canas. “Ajá, por los setenta, selección nacional”, dice directamente y sin disimulo.

Para quien transita por la barquisimetana avenida Los Leones cruce de la Lara y antes en la salida hacia Críspulo Benítez, la estampa no es extraña. Extraño es que se gane así la vida. La destreza va y viene, haciendo girar la cuerda, cambiando de ritmo, hacia adelante, hacia atrás. Rutinas más cortas cada vez. Y buscando la aprobación del público automotor para mendigar unas moneditas.

Yo me pregunto ¿cómo llegó este hombre hasta allí? ¿cuál es su historia? Parece haber eludido los vicios conservar la destreza.


Y me sigo preguntando si eso hace Venezuela con la gloria de quienes fueron sus deportistas. Un hombre sin futuro que un día vistió los colores nacionales. Que puso toda su ilusión en una disciplina olímpica. Que consiguió glorias y derrotas. No sé que tan bueno o no, pero estuvo ahí, para representarnos, para recibir golpes mientras una multitud lo aupaba. Se batió en nombre de una entidad, así lo entendieron los que lo acompañaban… y en algún momento se salió del camino.


La gente siguió de largo, coreando otros nombres. Quién sabe qué traspiés dio para llegar hasta donde llegó, por buena o mala racha. Ya sus oídos no sienten el baño de la multitud. En su mente sigue rememorando glorias pasadas, cuando era centro y héroe. Se siente desvanecer en la amnesia de la gente de otras generaciones.


Y me vuelvo a preguntar: ¿Esto hace Venezuela con sus deportistas? ¿Alguien le acompañó o asesoró para que su fin no fueran las calles? ¿Existe alguna retribución para quienes ofrendaron su juventud con mística religiosidad por el deporte? ¿Es que utilizamos a la gente para sentirnos grandes y luego las tiramos a su suerte?


No es cosa de socialismo o capitalismo. Es cosa de dignidad y sentido común. Para ciertas cosas no hace falta ver lo que hacen otros países. Simplemente hay que hacerlas aquí, porque nos nace.


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Me niego rotundamente a negar la realidad

Dra. Ana J. Cesarino


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